Al leer “El hombre del traje gris” no he podido evitar acordarme de una famosa cita de Ernesto Sábato que suelo tener muy presente, y que me resulta extraordinariamente certera. Me refiero a aquella que venía a decir, grosso modo, que los grandes escritores expresan grandes cosas con pequeñas palabras, mientras que los malos escritores dicen cosas insignificantes con palabras grandiosas. He podido comprobar a lo largo de los años cuánta verdad hay en esas palabras. Y al leer “El hombre del traje gris” me he topado con un narrador excepcional, que construye una historia muy trascendente por medio de palabras muy sencillas.
Se trata de una novela ambientada en Estados Unidos en los años 50, y que refleja el conformismo de esa época, de esos hombres de traje gris que trabajan en grandes corporaciones, viven con sus familias en barrios residenciales y llevan vidas vacías y anodinas. También es una novela sobre la adaptación a esta clase de vida que experimentaron tantos hombres tras la Segunda Guerra Mundial.
El protagonista de la obra, Tom Rath, se ve envuelto en una serie de situaciones que le sitúan en una encrucijada acerca de su vida, y cómo debe encauzarla. Como afirma Jonathan Franzen en el prólogo, recuerda por momentos algunas de las películas más sentimentales de Capra. Esas películas como “Caballero sin espada”, en las que la valentía, la honradez y la dignidad resultan finalmente vencedoras. Partiendo de este símil, habrá quiénes encuentren “El hombre del traje del gris” algo sensiblera; otros, como yo, la encontrarán, en cambio, muy inspiradora.
Ha sido una de mis mejores lecturas de los últimos tiempos, y la recomiendo con sumo fervor. Es una delicia.
hace 9 años
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