Los tripulantes y pasajeros del DC-9 que cubría el vuelo regular Nueva York-Chicago no podían suponer que iban a ser testigos del golpe más audaz e imaginativo de todos los tiempos. Claro que la mayoría de ellos ignoraban que en las bodegas del avión iban mil quinientos kilos de oro. Asaltar un avión de línea en pleno vuelo es difícil, pero mucho más difícil es aliviarlo de su carga y desaparecer sin dejar rastro. Un reto digno de una inteligencia diabólica y genial: como la de McClure, capaz de urdir un plan infalible y elegir a los colaboradores tocando la fibra de sus frustraciones, ansias de venganza y crueldad paranoica.