La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa, es una de las novelas más entrañables y divertidas de su obra, pero también un testimonio vívido del Perú de los años cincuenta, cuando la radio era el centro de la vida cultural y la imaginación colectiva. Para quienes han crecido en un mundo dominado por la televisión, Internet y las pantallas, esta novela ofrece un viaje delicioso a una Lima desaparecida: barrios tranquilos, cafés de tertulia, redacciones improvisadas y un universo donde las radionovelas comandaban la emoción del público. Vargas Llosa reconstruye ese ambiente con afecto y precisión, convirtiendo la ciudad en un personaje más. La primera línea narrativa —abiertamente autobiográfica— sigue la juventud del propio autor y su relación con tía Julia, un romance tan improbable como entrañable. Aquí los personajes son plenamente reales: desde el futuro Ministro de Economía Javier Silva Ruete hasta el legendario pionero mediático Genaro Delgado Parker, quienes aparecen retratados con humor, ironía y una nostalgia luminosa. La segunda línea narrativa —que el lector descubre gradualmente— gira alrededor de un excéntrico y desbordante creador de radionovelas, cuyas fantasías melodramáticas comienzan a invadir la propia estructura del libro. Este contraste entre la vida real y la imaginación delirante del “escribidor” es uno de los mayores logros estilísticos de la novela: un juego metaliterario que anticipa el virtuosismo técnico que caracterizaría al Vargas Llosa posterior. Lo he leído leído cuatro veces, dos de ellas en voz alta para ml esposa y para mi madre por el espíritu mismo de la obra: un relato que se disfruta en compañía, que provoca risas y evocaciones, y que recuerda una época en que las historias se compartían al oído, no en pantallas. Una novela cálida, ingeniosa y profundamente humana; un óleo histórico de una era que se fue, contado por uno de los grandes narradores del siglo XX.
hace 3 días
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