¿Qué significa ser inmortal? Publicada en 1991, esta novela se presenta, desde el inicio, como un artefacto literario inclasificable. Es la última novela que Kundera escribe en lengua checa. Luego va a escribir en francés. Esta novela marca un estilo nuevo del escritor, más centrado en la filosofía. La lentitud (1994), La identidad (1998) y La ignorancia (2000) continúan con dicho registro. Kundera no se limita al territorio de la ficción: se infiltra como personaje, filosofa abiertamente, dialoga con figuras históricas como Goethe y Hemingway, e incluso disuelve las fronteras entre ensayo, novela, autobiografía y reflexión estética. La historia —si es que podemos llamarla así— parte de un gesto: un movimiento de mano, una pequeña escena cotidiana. Un profesor observa a una mujer madura, Agnes, saludando a un instructor de natación. Ese gesto mínimo —aparentemente trivial— es el disparador de todo un universo de sentido. Porque Kundera no está interesado en lo evidente, sino en lo que se oculta debajo de nuestras elecciones, de nuestras máscaras y de nuestra supuesta identidad. A lo largo de siete partes heterogéneas, Kundera explora las vidas de Agnes, su esposo Paul, su hermana Laura y su hija Brigitte. Pero, más que desarrollar una historia en el sentido convencional, lo que hace es usar a estos personajes como vehículos de ideas: sobre la muerte, el legado, la sexualidad, el arte, el rol de los medios, el narcisismo moderno y, claro, la inmortalidad. ¿De qué inmortalidad habla Kundera? No se refiere a una vida eterna literal, sino a algo más inquietante: la persistencia de una imagen más allá de nuestra muerte. ¿Cómo queremos ser recordados? ¿Qué versiones de nosotros sobreviven? ¿Quién se adueña de nuestra biografía una vez que ya no podemos corregirla? En este sentido, el libro se siente más vigente que nunca. En los años noventa, Kundera hablaba del "día de la cámara", de cómo los medios moldeaban la imagen pública. Hoy, en plena era de la inteligencia artificial, la pregunta se radicaliza: ¿cómo saber si una imagen, un texto, una memoria es real? ¿Podemos siquiera aspirar a un legado verdadero en un mundo donde todo puede ser manipulado, replicado o falsificado? Uno de los momentos más brillantes —y más desconcertantes— del libro es el diálogo ficcional entre el propio Kundera, Goethe y Ernest Hemingway. Mientras Goethe defiende la inmortalidad como un deber del artista —dejar obras que perduren—, Hemingway la rechaza por considerarla una falsedad: él valora la experiencia real, no la fama póstuma. Y ahí está la tensión: ¿la obra nos hace inmortales o somos víctimas de la distorsión histórica? Otro de los ejes potentes del libro es la oposición entre Agnes y Laura. Agnes representa la introspección, la búsqueda de una vida auténtica, lejos del ruido del mundo. Laura, en cambio, es pura exterioridad, exposición, necesidad de aprobación. Esta dicotomía resuena con fuerza hoy, donde las redes sociales parecen empujarnos constantemente hacia una “inmortalidad” superficial basada en la visibilidad. También hay una historia secundaria —fascinante— sobre Goethe y Bettina von Arnim, que ilustra otro modo de alcanzar la inmortalidad: pegándose a la vida de alguien famoso. Kundera sugiere que muchas veces no buscamos solo vivir, sino dejar huella, aunque sea robando el reflejo de otro. La inmortalidad es una obra que exige del lector algo que cada vez se pide menos: pensar. No es una lectura cómoda ni lineal. Por momentos uno desearía que Kundera se limitara a narrar la historia de Agnes, o la relación entre Bettina y Goethe, y no desviarse a largos pasajes ensayísticos. Pero al final, esos desvíos son el núcleo del libro. Es como él mismo dice: no tomes atajos, no tomes una “ruta”; toma el camino largo, lleno de desvíos, el que te obliga a detenerte, dudar y volver a mirar. En el fondo, Kundera no nos habla tanto de la muerte como de cómo vivir antes de ella. Cómo vivir con libertad, sin reducirnos a funciones, sin traicionar nuestro deseo de crear, de explorar, de dejar un legado que no sea una simple reputación, sino algo profundamente humano. Y acá me permito una reflexión: hoy que tanto se habla de crear avatares, de conservar memorias en la nube, de que una IA puede seguir “hablando” en nuestro nombre, La inmortalidad de Kundera suena como una advertencia y un desafío. La verdadera inmortalidad no se descarga ni se programa: se construye con lo que dejamos hecho, dicho, vivido… en carne y pensamiento. Así que, si te animás a un libro que no te da respuestas fáciles, que te exige y te sacude, La inmortalidad es una lectura indispensable.
hace 2 semanas