Una vez el marxismo fuera de juego, es hora de que la Iglesia católica recuerde que ha desarrollado una doctrina social. Hoy en día, frente a la dictadura del dinero, ella puede y debe convertirse en una alternativa creíble. Para no tener que tomar partido entre liberalismo y marxismo, la Iglesia prefirió encerrarse en su vocación espiritual. Ha llegado la hora de que se comprometa en el terreno económico y social de manera práctica y realista, para recordar a nuestras sociedades la importancia de la dignidad humana, la justicia social, el espíritu de solidaridad y lo que ella llama la opción preferencial por los pobres y el destino universal de los bienes.