Este ensayo pretende, por primera vez, ofrecer la posibilidad de leer a Rimbaud de un modo muy distinto. Él, salvo Una temporada en el infierno, nunca se propuso escribir libros. O bien, incluía sus textos en la correspondencia a poetas y amigos, o bien, los escribía en cuartillas sueltas. Las veneradas Iluminaciones, por ejemplo, no son más que una recopilación que el poeta ni siquiera tituló; fue Verlaine quien lo hizo. Y a partir de esta escritura caótica, hasta con dos, tres y más versiones de un mismo poema, se le propone al lector una nueva forma de lectura muy parecida a un juego de cartas.