Es una novela que me ha sorprendido gratamente, pues al ser de las primeras que escribió no tenía puesta en ella grandes esperanzas. Está ambientada en Japón, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando debido a la intensidad de los bombardeos en la ciudad, un grupo de chicos de un reformatorio es evacuado a un pequeño pueblo perdido en medio de las montañas. Allí nada será fácil; a ojos de los campesinos, que se hacen cargo de ellos, no son más que odiosos delincuentes y cuando la amenaza de una epidemia se cierne sobre la aldea sus habitantes huyen y abandonan a los chicos a su suerte. La convivencia, la organización y el paso del tiempo serán algunas de sus preocupaciones.
Tiene cierta semejanza argumental con “El señor de las moscas” de William Golding, pero aparte del hecho de que un grupo de niños queda aislado sin autoridad adulta, yo no le encuentro más parecido, pues la reacción de los jóvenes ante su situación diverge totalmente en los dos casos.
Está narrado en primera persona por uno de los chicos. Aunque el relato es algo amargo me ha parecido también bello y entrañable, muy descriptivo, fácil de leer y de gran calidad literaria. Me ha gustado mucho y lo recomiendo.