Descubri a Rosamunde Pilcher buscando una lectura intranscendente de verano y, aunque la lei hace ya muchos años, me queda el recuerdo de que me dejó muy buen sabor de boca. Es de esos libros nada pretenciosos pero que te enseñan muchas cosas, como todo lo que tiene valor en las relaciones familiares, que en tu fuero interno te sentirás mejor si actúas movida por los sentimientos que por el pragmatismo o egoismo. Siempre hay algún detonante que hace que alguno de los personajes sea el emisario de tal lema y las cosas se mejoran aunque con alguna pérdida drástica. Y es que en la vida no se pueden hacer tortillas sin romper huevos, es la ley natural del equilibrio: no puedes tener algo bueno sin perder otra cosa a cambio porque desequilibraría tu karma. En fin, sus libros son sencillos relatos, literariamente hablando, pero que te llegan al corazón. Y lo hace con unas descripciones magníficas de alguna zona del paisaje británico, ésta en particular, es en Cornwall -para nosotros Cornualles-. Sus descripciones son tan gráficas que te parece oler el mar, o el brezo o la particularidad floral de la zona, sin olvidar sus interiores. Creo que, como mujer de cierta edad, amaba su casa y recreaba en sus novelas el ambiente acogedor y cálido que una casa puede ofrecer o no con una serie de objetos imprescindibles para sus moradores, porque lo importante de una casa no es su perfección, sino que sea apreciada y visitada por mucha gente porque se siente a gusto en ella. La Pilcher no recibirá el Nobel, pero sus relatos son sencillamente entrañables.
hace 11 años