Muchos, sin duda, conocerán ya la historia de la que fue la segunda novela escrita por el Nobel portugués (1952), pero que no fue publicada sino póstumamente. En su momento la editorial la rechazó a través de un poco elegante silencio que sumió a José Saramago en un socavón creativo de veinte años. En 1989, con grandes obras como Levantado del suelo, Memorial del convento o La balsa de piedra ya publicadas, una mañana, mientras éste se encontraba afeitándose, recibió una llamada de la editorial en la que le informaban de que habían encontrado el manuscrito de Claraboya. Saramago fue a recogerla en cuanto pudo e indicó que mientras él viviera no sería publicada. Así contestaba a aquel silencio que le apartó de sus sueños durante dos décadas. ¿Por qué la editorial rechazó la obra de la que hoy tratamos? Claraboya es una novela coral, de corte clásico, decimonónico incluso, ambientada en un patio de vecinos que sufre los devenires de la Lisboa de mitad de siglo. Hasta aquí nada escandaloso ni subversivo. Pero según avanza la trama comienza a aparecer la dureza de esa realidad, especialmente cruda para las mujeres, sin olvidarnos de las referencias al amor lésbico. Es aquí donde nos podemos imaginar las razones que blandieron los editores para acallar esas voces, que para la dictadura de Salazar podían resultar molestas por considerarlas inmorales. Por lo demás, y a estas alturas, nada de Claraboya nos puede escandalizar. Sin bien, como ya he dicho es una novela de corte clásico, ya comienzan a entreverse la fina ironía y la ternura del autor en la narración y la aparición de los que más tarde serán sus personajes tipo. Cabe hacer mención especial de los diálogos entre el zapatero y su huésped, que nos muestran las que, con toda probabilidad, eran las contradicciones a las que se enfrentaba el joven de apenas treinta años que era entonces José Saramago. Una pequeña joya para los amantes de la prosa del genio portugués. El libro perdido y hallado en el tiempo.
hace 10 años