El principal escenario de esta obra es Hesterberg. No se trata de un pueblo o una ciudad. Hesterberg es el nombre del hospital psiquiátrico de niños y adolescentes en el que creció Joachim Meyerhoff. Pero el autor de “Que todo sea como nunca fue” no era un paciente, sino uno de los hijos del director del hospital. La familia Meyerhoff vivía en una casa dentro del recinto del hospital y el pequeño Joachim se dormía por las noches escuchando los gritos de los pacientes.
Partiendo de esta base, cualquiera pensaría que “Que todo sea como nunca fue” es una obra inquietante, pero no es así. De hecho, es un libro entrañable y muy divertido. Lleno de ingenio, nostalgia y diálogos ocurrentes. Hesterberg no era para Meyerhoff un entorno turbador. El autor habla de su infancia y juventud con total naturalidad y cariño. Al fin y al cabo, se trataba de su hogar.
Precisamente el haber crecido en este atípico entorno le puede haber servido a Meyerhoff para tratar las enfermedades psiquiátricas con un tono cercano y libre de tabúes. En muchas ocasiones, se tiende a estigmatizar esta clase de trastornos, intencionadamente o no. No es el caso de esta obra, ya que la presencia constante de estos pacientes le permitió conocer a muchos de ellos.
“Que toda sea como nunca fue” es una obra con una prosa fluida y ágil. Pero también es una obra curiosa, ya que sorprende que un libro con un estilo tan desenfadado contenga un trasfondo tan serio y trascendente. (Ana Rayas, 20 de marzo de 2015)