Un escritor de éxito decide un día abandonar la literatura, para desagradable sorpresa de su agente, que intenta convencerlo de que no cometa semejante barbaridad. El escritor, Jasper Gwyn, se propone convertirse en copista a partir de entonces. Pero, ¿qué va a copiar? Una loca idea se le ocurre. Copiará personas por escrito, a las que cobrará sustanciosas cantidades. Y se pone a la labor en medio de un extravagante escenario que prepara para su trabajo. A partir de ahí, ya nos vamos dando cuenta, a pesar de personajes como la vieja muerta que lo ayuda, de su asistente Rebecca o del pintoresco constructor de bombillas artesanales, de que no estamos ante el Baricco que nos fascinó con “Océano mar” o con “Sin Sangre” o nos sumergió en la indudable poesía narrativa de “Novecento”. A ratos, la novela se hace pesada, aunque indiscutiblemente un impecable producto del oficio del autor. Es, sin embargo, al final cuando llegan las sorpresas con las que, en uno de sus magistrales ejercicios de prestidigitación, nos obsequia Alessandro, sorpresas que, por supuesto, no revelaré y que nos reconcilian con el genial escritor italiano.
hace 1 semana