Virginia está cerca de los treinta años, la edad en que se pierden las convicciones y las certezas: lo que se ha aprendido comienza a desaprenderse, y es preciso hacer nuevamente el camino hacia cierta forma de sabiduría o de armonía en la relación con el mundo. Tiene un marido al que sus amigas no dudan en calificar de “perfecto”, un hijo de ocho años que –cree- la adora, una madre un tanto posesiva que ha influido –e influye- en su vida más de lo que ella quisiera, y un grupo de amigas de su edad que parecen algo desorientadas en su relación con los hombres. Sólo hay dos momentos en los que Virginia puede dejar de pensar: cuando baila y cuando hace el amor. Por eso mismo, vive de lo que piensa: tiene pequeñas y grandes teorías sobre los temas más variados, y las escribe en su libreta, para luego transformarlas en notas y columnas de revista. Su vida transcurre normalmente, Diego, su marido, se ocupa de hacerle las cosas fáciles, hasta que un mail trastoca su equilibrio precario: Santiago viene a visitarla. Virginia ha sido infiel a su marido una vez, con Santiago. Y aunque esa infidelidad podría ser discutible, la visita la llevará a cuestionarse su matrimonio y sus sentimientos. Virginia hospeda a Santiago en su casa aprovechando la ausencia de su hijo (que está de camping de verano) y el carácter sociable y poco celoso de su marido, pero también –y sobre todo- como un modo de exorcizar la tentación. Las cosas tomarán un cauce inesperado sin embargo, y esa breve temporada acarreará revelaciones insospechadas para todos.