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Tras la apariencia del caos se esconde un orden vívido, frondoso y elusivo (que no participa de las leyes y obsesiones del otro sino que acata, detecta o inventa las propias). Es el que Ana María Shua explora para beneficio de sus lectores en este libro, en breves -y hasta brevísimas- excursiones que multiplican los logros de un arte y un oficio narrativo admirables. Dividido en doce partes que habilitan, en cada uno de los segmentos de esa esfera, recompensas para las curiosidades más disímiles, Botánica del caos asimila o transmuta experiencias y lecturas, lo cotidiano y lo exótico, dioses y demonios, conjeturas que empiezan a acontecer ante nuestros ojos y hechos que se desvanecen y desgarran en la escritura. Por medio de un sentido de la elección infalible y una destreza combinatoria que elimina la mecánica convencional y sus hallazgos artificiales, la autora descompone y reconstruye las formas breves -el relato, el apólogo, la fábula- o insinúa sus prolongaciones (reafirmando que el infinito no es una cuestión de tamaño), incorporándoles una radiante luminosidad: el sello de una acuñación exclusiva. En Botánica del caos el lector asiste a un espectáculo continuo que convierte la técnica en la más discreta de las herramientas, a una magia que difunde el encanto de la literatura y acentúa su maravillosa complejidad sin teorizaciones ni alardes. Ingresar en este mundo -y en cada uno de estos mundos- nos conduce directamente a un espacio de lectura atestado de placer, donde la imaginación solícita de Scheherezade y las severas razones de Emmanuel Kant intercambian talismanes y trofeos para que un libro sea lo que siempre deseamos que fuera: un objeto precioso, una fantasía habitable.