La poesía de Ortiz se carga de significado. Sus poemas son la explicación de un sentimiento presentado de una forma tal que ésta lo complete. En su lenguaje el término real y el metafórico no se pierden de vista, permanecen cercanos concediéndole el protagonismo a la imagen y creando de esta manera una lectura intuitiva. A menudo logra, con un reducido número de versos o incluso con breves sílabas, no sólo que entendamos su significado sino que lo sintamos. (“Parece que esta tarde la nevada / me estuviera nevando alma adentro. / He pedido a Cetina y a Medrano / la buena compañía de sus versos / y arden en el hogar troncos de olivo / que ayuden con su paz al pensamiento.”). Quizás esta comprensión inmediata de la obra de Ortiz, esta empatía, sea posible por su vitalismo. Habla de lo trascendente, de la vida en sí misma, de lo banal y de lo fundamental. Pero lo hace de una forma clara y sensata. Es una poesía profundamente reflexiva. Nos imaginamos al autor sentado en un rincón de su jardín meditando sobre la futilidad de nuestras acciones, recuerdos lejanos o la certeza de la muerte. Esa reflexión sobre la trascendencia el poeta la realiza a través de un análisis de lo cotidiano, los silencios, lo pequeño, lo inocente… La aceptación de la vida, ante la imposibilidad de conocer su sentido, llega a través de lo cotidiano. Y esta aceptación es a lo máximo que puede aspirar un ser humano: el recuerdo de lo vivido, el amor dado y recibido y la esperanza de eternidad.
hace 10 años