Dan Brown logra construir un thriller de ficción vibrante que atrapa al lector desde las primeras páginas, utilizando una estructura de capítulos cortos y una trama excepcionalmente ágil. La habilidad para entrelazar el arte, la religión y la ciencia en una carrera contrarreloj por las calles de Roma hace que la lectura sea absorbente, manteniendo una tensión constante que invita a no soltar el libro. Sin embargo, es fundamental entender que se trata de puro entretenimiento y no de una lección de historia. Aunque el autor utiliza escenarios reales y conceptos científicos como la antimateria para cimentar un ambiente "creíble", la realidad es que el relato se toma licencias históricas y científicas considerables. La mayor decepción de la novela reside en su desenlace. Tras un desarrollo muy bien elaborado y coherente dentro de su propio universo, el final se vuelve excesivamente fantasioso, rozando lo inverosímil. Este giro hacia lo hiperbólico desentona con la atmósfera de suspense técnico y arquitectónico construida anteriormente, dejando una sensación agridulce al ver cómo una trama tan sólida se resuelve de forma un tanto artificiosa.
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