Pocas cosas más difíciles que reconocer los propios errores, pues solemos tender por naturaleza a culpar al otro, a los hados, al destino o la mala fortuna, de los reveses recibidos. Incluso la sabiduría popular afirma que es más fácil reconocer la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.
A mí cada vez me motiva más reconocer que “la he cagado”, para aprender y pasar a otra cosa, a lo mejor por eso he buscado desgranar en estas páginas casi un henar, para mostrarles éstos mis errores ajenos, apuntando tal vez –digo sólo tal vez- que lo que molesta en el ojo propio no es una motita, sino una viga en toda regla.