Summers, padre e hijo, hacen «coña» con los inventos

Al padre le hubiera gustado inventar el bikini y al hijo la cámara oscura. Los dos se llaman Guillermo Summers y «a pachas» han escrito un libro «muy gamberro, con mucha coña» sobre el cómo, el quién y el para qué de cincuenta inventos que, casi siempre, hacen que vivir parezca más fácil.

Una «tentativa de libro», como ambos definen sus 350 páginas, editadas por Martínez Roca y en las que se pone de manifiesto que el sentido del humor es, en el caso de esta familia, una «cuestión de genes».

«Lo he mamado desde pequeño. Tenemos una predisposición genética a mirar las cosas de una determinada manera», reconoce Summers hijo en una entrevista con EFE. Su padre, con una sonrisa socarrona, asiente sin rechistar.

«50 inventos y la mente que los parió» es el resultado de un trabajo concienzudo de documentación, que el sénior de los Summers ha buscado en viejas enciclopedias -«ni siquiera tengo ordenador», comenta quien siente auténtico rechazo por las nuevas tecnologías-, mientras el júnior navegaba por esa ilimitada enciclopedia que es internet.

El resultado es un libro divertido y riguroso sobre cincuenta inventos -«la lista podría ser interminable», coinciden- que en unos casos fueron fruto de la suerte o del azar, en otros de una personalidad inquieta o de una imaginación desbordante y, casi siempre, de muchas horas de trabajo duro.

Son cincuenta historias «para profanos» escritas con ánimo de provocar la risa, cuando no la carcajada, en el lector, y que los autores ilustran con sus correspondientes viñetas humorísticas, que han dibujado «a cuatro manos».

De su lectura se desprende que aquella expresión lapidaria de Unamuno, «¡qué inventen ellos!», estaba cargada de razón, pues de los cincuenta inventos sólo dos, el futbolín y la fregona, despiertan el orgullo patrio.

Aunque hay quien atribuye la paternidad de la fregona, también llamada «lampazo, trapeador, coleto, mopa, mocho, chumi o limpiasuelos», al español Emilio Bellvis, su auténtico padre fue Manuel Jalón Corominas, un ingeniero aeronáutico riojano que, allá por los años cincuenta del siglo pasado, halló la manera de fregar el suelo sin tener que doblar el espinazo.

Un gallego de Finisterre, Alexandre Campos Ramírez, ideó en 1919 el primer futbolín con jugadores de «dos piernas». Un carpintero vasco, Francisco Javier Altuna, lo hizo realidad poco después. En 1937 se patenta lo que al otro lado del Atlántico conocen como «metegol, canchitas, taca-taca o fuchín» y que no es más que «un juego en el que tienen más importancia las muñecas que los muñecos».

«Los españoles tenemos imaginación pero nos falta capacidad de gestión. Parimos ideas cojonudas, pero fallamos al ponerlas en marcha», asegura Guillermo Summers padre, un histórico de la televisión que hizo historia en el medio y que hoy, con 70 años, se niega a ser un jubilado al uso. «Ni juego a la petanca, ni contemplo obras, ni le doy al dominó», aclara.

En lo de inventar el bikini, un dos piezas que dejó «de una pieza» a la «puribunda» sociedad de entonces, se le adelantó, en 1946, un ciudadano francés, Louis Reard. Tachado de provocador, revolucionario y pecaminoso, griegos y romanos ya lo usaban muchos siglos antes.

Guillermo Summers y su hijo, que es músico, pintor, escultor, dibujante, diseñador gráfico,… cuentan los orígenes del abrelatas, muchos años después de que, a comienzos del XIX, se inventaran las latas, que hasta entonces se abrían a golpes, a balazos, a pedradas…, de la anestesia, del avión, «con un montón de padres», y de la bicicleta, que ya se usaba en el Egipto de los faraones y que no fue un invento de «Menéndez pedal», como piensan algunos «que confunden la velocidad con el tocino».

Relatan cómo dos hijos de la Gran Bretaña, Henry Martin y Frederick Miles, inventaron el bolígrafo, «hijo bastardo de la pluma estilográfica», cómo un señor «con muchas luces», Thomas Alva Edison, inventó la bombilla, además del telégrafo doble y el fonógrafo, y cómo la brújula «encierra sin duda algo de misterioso, de brujería».

Escriben también sobre la cámara fotográfica, cuyos antecedentes hay que buscarlos en la Edad Media, y sobre el cepillo de dientes, que, según los autores, no usaba la Gioconda, esa enigmática mujer pintada por Leonardo da Vinci que sonríe con la boca cerrada «porque tenía una halitosis que tiraba de espaldas, piños de chimpancé y el busto plano como una tabla».

Los Summers relatan cómo fueron inventados la cerilla, el chicle -«desde tiempos inmemoriales -escriben- el hombre se lleva a la boca cualquier cosa que cae en sus manos»-, el cine, la cinta adhesiva o el cinturón de castidad, «un tanga ortopédico y blindado que más que luchar contra la lujuria provoca un morbo más cercano al rollo sadomaso».

Y así hasta completar la lista de cincuenta inventos, entre los que están el clip, el condón, que ya se ponían los egipcios y cuyo uso impulsó un rey «un poquito putero», Carlos I, la cremallera, el desodorante, para evitar olores, tufillos o pestazos, la electricidad, la lavadora o las lentes, un invento sin el que hoy en día el sénior de los Summers no podría vivir.

Madrid, 23 oct (Carlos Mínguez / EFE) 

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