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La mañana de su enésimo despertar alcoholizado, Gordon Walker hace recuento de daños: en el debe, múltiples adicciones, hijos que ya se han alejado, una esposa que acaba de abandonarlo y una carrera como actor y guionista que languidece tanto como su propia vida; lo que hay en el haber es tan poco que resulta extraordinariamente difícil recordarlo. «Aquí hace falta un plan» piensa. «Un plan y un sueño, algún lugar adonde ir». Y su sueño es reencontrarse con un viejo amor: Lee Verger, actriz como él, y, como él, azotada por los problemas familiares, esclava de innumerables sustancias y, además, asediada por apariciones ominosas que la obligan a mantenerse en equilibrio entre la cordura y la demencia. Decidido, Walker emprenderá viaje hasta México, donde Lee se halla rodando uno de sus viejos guiones; cuando se encuentren al fin, la colisión será inevitable. Entre desolados hoteles, bares decadentes y decorados de cartón piedra, envueltos en un claroscuro de luces artificiales, los personajes de Robert Stone, propulsados por fuerzas invisibles que parecen a punto de agotarse o de precipitarlos al abismo, buscan una oportunidad incierta y que bien podría ser la última en un ambiente de sordidez e impostura, donde la realidad y la ficción, la representación y la existencia, no dejan de confundirse. Melancólico y evocador, dramático y tempestuoso, Hijos de la luz es el relato arrebatado de dos seres encallecidos y sin esperanza en un Hollywood crepuscular que, como ellos mismos, ya no es más que un espectro triste que vive del recuerdo de los tiempos dorados; he aquí, tras Dog Soldiers, otra piedra de toque en el rescate de un creador esencial.