Nunca estuvo en orden la cabeza de César Fernández. Desde pequeño, ya apuntaba maneras, no coordnaba correctamente, aunque nació con ciertas virtudes que le podían haber ayudado a ser quien quisiera en la vida; pero a su memoria fotográfica no le sacó todo el partido que debiera, quizá porque en su niñez no contó con la otra mitad: su hermano gemelo. Tampoco le ayudó nada el hecho de vivir en medio de una familia desestructurada. El caso fue que cuando llegó su madurez ya cargaba con un montón de problemas difíciles de digerir, por añadidura, para labrarse un módico futuro tuvo que subsistir durante mucho tiempo en completa soledad, y todo ese galimatías hizo desembocar en su mente quincuagenaria una cadena de paranoias mentales que le harán terminar en un obligado y oscuro desenlace.