Con el País de la bruma Conan Doyle nos regala una obra menor, encuadrada en la serie de uno de sus personajes más célebres, el doctor Challenger. Fue una de sus últimas novelas (1926, cuatro años de su muerte), y se escribió cuando el asunto espiritista —Conan Doyle era un ferviente defensor de médiums, hadas y espíritus— le absorbía el interés. Y eso es quizás el mayor lastre de la novela: la evidente apología del espiritismo que se pretendía en El país de la bruma. La trama y el argumento, que siguen a dos periodistas que se enfrentan a varios casos que les van convenciendo de la realidad espiritista, y que tiene su culmen en la conversión del escéptico y totémico doctor Challenger, están totalmente supeditadas a ese fin, y pierde ritmo y calidad «novelesca». Pero no deja de ser una novela de Conan Doyle, con la más que sobrada capacidad fabulativa y discursiva del autor de Sherlock Holmes, leyéndose, por tanto, con agrado, y con más especial interés por aquellos a quienes el espiritismo y las artes ocultas llaman la atención. (Carlos Cruz, 25 de noviembre de 2015)
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