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La actitud inicial de Azaña hacia Cataluña, su reacción ante la proclamación de la República catalana y su postura ante las reivindicaciones del nacionalismo catalán de los años treinta hicieron que no tardara en ser considerado el “mejor amigo de Cataluña” en Madrid, y el progreso de su carrera política, su llegada a la presidencia del gobierno en 1931 y a la presidencia de la República Española en 1936, hicieron albergar entre la clase política catalana esperanzas de un cambio sustancial en la organización del Estado y de sus relaciones con la Generalitat. Sin embargo, como explica y analiza Josep Contreras en su estudio, debido a muy diversas circunstancias (que en muchos casos han permanecido ocultas a ciertas miradas), la historia de las relaciones entre Azaña y Cataluña es la historia de un desengaño, de un desencuentro que nace de una cadena de malentendidos y de acuerdos meramente tácitos que progresivamente fueron revelándose como desacuerdos de fondo. Y hoy Azaña, como Negrín, es ampliamente considerado por el nacionalismo catalán un anticatalanista casi tan malo como Franco.